miércoles, 24 de noviembre de 2010

*-*

Había una vez...























sólo una vez.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Cigarrillos

Sintió deseos de fumar y saco su cajetilla de cigarrillos, no tenía fuego y miró a su alrededor para encontrar a algún fumador empedernido, pero no vio a nadie. Maldijo haber tomado la chaqueta equivocada, en la gris estaba el encendedor, pero no, tomó la roja, la maldita chaqueta roja que le había regalado su ex. No quiso acercarse a preguntar a alguien por fuego, le molestaba a veces el contacto con la gente, pero necesitaba fumar. Buscó un lugar donde comprar fósforos o un encendedor, era tarde y nada estaba abierto. Pensó que podía ser su oportunidad para vencer su vicio, no depender de un cigarro, para vencer la ansiedad y lo volvió a meter a la cajetilla…

Pasaron unos minutos y lo volvió a sacar de su guarida ¿cómo no va a haber fuego por acá cerca? –murmuró. Llevaba casi quince años haciéndolo. Era una suicida, siempre había planeado la forma más lenta, pero más efectiva para morir y decidió que fumando diez cigarrillos diarios le restaría unos cuantos años de vida. Sin embargo, esta noche estaba boicoteando su plan; no tenía manera de encender un maldito cigarro. Comenzó a sentirse inquieta, a comerse las uñas –que había costado años de cigarrillos para calmar la ansiedad, y así dejarlas largas y hermosas-. Se sentó en una banca y planeó esperar a alguien que pasara fumando, de todos modos no tenía donde ir esa noche, había discutido con su novia y no quería verla hasta que pensara una forma de disculparse por haber dicho toda esas estupideces. Siempre discutían, siempre estaban lanzándose sus peores deseos y luego se reconciliaban. Pensó que esta vez podría ser diferente, y de una vez por todas dejarla y de paso dejar el cigarrillo que ya la estaba volviendo loca, aunque tendría que idear otro plan suicida a largo plazo.

Pasó un largo rato y por fin apareció un tipo con un cigarrillo en la boca, se acercó, le pidió fuego y él acercó su cigarro. Le preguntó su nombre y ella inventó uno, ella preguntó de regreso el suyo, y él también inventó uno, se sentó en la misma banca que estaba ella y comenzó a hablarle sobre los grillos y sobre los autos, consideraba que esa noche el sonido de los primeros eran mucho más apabullante que el de los segundos. Ella lo miraba sin tomar mucha atención, que estupidez eso de los grillos -pensó. Él se levantó al notar su desinterés. Ella tomó otro cigarrillo antes de terminar el que tenía en la boca para poder encender otro y otro y otro… así fueron diez, esa noche quería aumentar su cuota suicida, ya en el día había fumando siete, le faltaban tres más y doblaría su dosis mortal. Los fumó, se levantó y volvió a su casa…

Hoy no dejaría de fumar y tampoco dejaría a su novia. Soy una inconsecuente –pensó. Siguió caminando a paso lento, y se dio cuenta que esa noche se escuchaban más claramente a los grillos que a los autos.